¿Soy lo que pienso?
¿Quién soy? Podríamos decir que es una de las preguntas existenciales más repetidas a lo largo de la historia. Y es curioso que al plantearnos esta pregunta vayamos la mayoría de las veces hacia afuera en busca de respuestas. ¿A quién le estamos preguntando, que pueda saberlo mejor que nosotros mismos? Ésto denota la gran falta de autoconocimiento que nos
profesamos muchos de nosotros. Nos fiamos más de lo que nos puedan decir desde fuera que lo que podamos decir nosotros siendo los únicos que
habitamos nuestras carnes. ¿Por qué? Porque nos fiamos de lo de fuera. Pero cuando se trata de rasgos propios menos bien vistos socialmente o que
juzgamos como “malos”; muy comúnmente caemos en la trampa de dejarnos llevar por nuestros pensamientos más autodestructivos y creemos que somos justamente eso, lo que pensamos.
Pero a riesgo de destripar el resto del texto os diré que no lo somos. Os voy a plantear dos preguntas que pueden ayudar con esta disyuntiva. ¿Soy lo que pienso? o ¿soy el/la que piensa? ¿Soy dueño de lo que pienso o son mis
emociones las que controlan mis pensamientos? Como bien dice Antonio Zambujo en su canción Madera de deriva: “Soy mucho menos lo que sé que lo que siento.” Pero, ¿esto qué significa? Es innegable que nuestros pensamientos van ligados a nuestro estado anímico y viceversa. Así, si estamos preocupados por algo, es más que probable que nuestros pensamientos se conviertan en un bucle que acreciente nuestra preocupación. Es cuando nos dejamos llevar por los famosos “Y SI..?” (si
recordáis, ya hablamos sobre eso en este artículo). Por contra, si nos sentimos felices y contentos, es muy probable que nuestros pensamientos
vayan también acorde con ese sentimiento.
El kit de la cuestión no es esa concordancia pensamiento = sentimiento si no, quién está al mando. Se me ocurre un símil que creo explica muy bien esto que acabo de decir: cuando nos vamos a sacar el carné de conducir por
ejemplo, o montamos en bici, muchos de nosotros sentimos miedo por no
saber dirigir la máquina y creemos que ésta es la que nos dominará. Pero a
medida que vamos aprendiendo qué palancas accionar y cómo reaccionar
ante cada situación, tomamos el control. Entonces, que el coche o la bici
avance o se quede parado depende única y exclusivamente de nosotros.
Con nuestros pensamientos ocurre exactamente lo mismo: podemos
dejarnos superar por la situación y creer que son ellos los que tienen el
control pero eso no significa otra cosa, no nos estamos haciendo cargo de la
situación y por tanto, son nuestras emociones las que toman el mando. Aprender a gestionar nuestras emociones nos dará el poder de estar al mando de la situación. Gestionar nuestras emociones nos dará mayor perspectiva sobre las situaciones que nos toque vivir y facilitará reconocer
que en el fondo el dilema (soy lo que pienso y soy el/la que piensa) no existe porque nuestros pensamientos no tendrán el control sino nosotros.
¿Y cómo hago eso? ¿Cómo gestiono mis emociones? Muchas veces buscamos soluciones mágicas que inmediatamente acaben con el problema o pretendemos creernos que tenemos que poder encontrar estas soluciones
solos. Ni la una ni la otra. Las soluciones mágicas e inmediatas no existen o,
al menos, no son efectivas a largo plazo. Y a estas alturas deberíamos saber
ya, que solos no podemos con todo, que necesitamos un punto de apoyo en
muchas ocasiones de nuestra vida para seguir adelante.
Cómo dijo Arquímedes:
“¡Dame un punto de apoyo y moveré el mundo!”
Artículo escrito por: Yaiza Morales , terapeuta Gestalt .
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